jueves, 14 de abril de 2016

El Piso 19

     Las tardes de viernes en mi trabajo siempre eran muy aburridas. Esperar a que el reloj marque las seis de la tarde, era toda una agonía. Colgado en la  pared conservo un reloj de manecilla, mil veces he tratado de quitarlo, pero se aferra a ella como si fueron creados juntos. El pasar de los segundos activan un dilatar de mis pupilas uno a uno, como si el mecanismo del mismo se hubiera trasladado a mis corneas, es insoportable. Muchas veces giro sobre mi silla y veo la calle, la gente. He llegado a contar la cantidad de coches y sus colores. He descubierto con que puntualidad llegan unos y se van otros todos los viernes a la misma hora.

     Solo tuve que mirar un poco más arriba, la esquina del piso 19. Justo a las cinco y puntualmente se prendían sus luces. Ahí estaba ella, regresando a su silla después de haber activado un interruptor que me abre el telón a todo un espectáculo. Y así, cada semana, desde poco antes de las cinco de la tarde y en cuenta regresiva comienzan desde la tercera llamada hasta la que anuncia el inicio de la obra que me lleva a pasar la ultima hora de la semana y un poquito más.

     Llegue a conocer sus movimientos a la perfección. El mover de sus brazos cuando habla por teléfono, su caminar manoteando rodeando su escritorio cuando entraba en alguna acalorada discusión. Supe también que pedía de comer y de tomar y hasta como pedía su café, llevado a la misma hora de la tienda de abajo.

     Sentí una gran liberación de cosquilleo del segundero en mis ojos, por fin ese reloj se había desincorporado de mis corneas. Verla era el pico  de mi semana y de mis días. No sabía su nombre pero sentía que conocía todo de ella. Dos horas a la semana fueron suficientes para descifrarla. Obediente, puntual, elegante y gran tomadora de café, eran entre otras sus cualidades. Tenía que saber más, quería ver mejor y así ayudándome de unos binoculares mi placer se había ampliado de manera exponencial logrando entender que otra de sus cualidades también era ser ordenada, su escritorio se veía siempre acomodado y ese portarretratos que tanto de atemorizaba, mostraba la imagen de una señora mayor.

Mil veces he tratado de cruzar la entrada de su edifico, los viernes se habían convertido en el momento de la semana…


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